Cuando un objeto produce un sonido, éste causa cambios en el aire que lo rodea. Estos cambios se traducen en ondas sonoras –sinusoides de energía- que se alejan de esta fuente de origen a una determinada intensidad y frecuencia, a una velocidad aproximada de 340 metros por segundo. En otras palabras, el objeto que emite estas ondas vibra, (se mueve) y estas vibraciones hacen vibrar a las moléculas del aire y así se establece una onda que viaja desde su origen hasta que va declinando. Estas ondas son como las que se producen en el agua al tirar una piedra en el estanque formando ondas que evolucionan en forma progresiva y armónica siguiendo la proporción áurea y manteniendo el mismo centro hasta declinar en la periferia. De hecho, todo objeto se mueve y emite sus propias ondas a su propia frecuencia e intensidad. El transporte habitual de esta información es el aire, el que tanto en la Biblia como en el Corán es mencionado como “el transportador de los mensajes de Dios”, sin embargo, el nexo real entre lo “humano y lo divino” es la energía en forma de sonido.

Las ondas sonoras; además de viajar por el aire, lo pueden hacer por distintos medios. Estos pueden ser sólidos, líquidos y también otros gases. Obviamente que no pueden hacerlo en el vacío (en la forma de ondas sonoras). Otro aspecto a considerar es que las ondas sonoras al llegar a otro objeto, o se absorben, o se reflejan. Este es un concepto importante dado que -por ejemplo- cuando van del aire y llegan al agua, estas se pierden en un 99.9% y sólo se transmite al agua el 0.1%. Este hecho explica la razón de ser de la estructura del oído, la que será descrita más adelante.